Yo anduve por Venecia cuando tú la soñabas y sentías lejano el dolor de la ausencia.
En las encrucijadas, quedaron mis pasos, esperándote tras las viejas canciones y espiando la mirada inquietante de un nuevo silencio que iba creciendo como la mansedumbre de los gatos.
Pisé el mármol blanco desgastado y húmedo, contra las olas de los que partían se mojaban sin piedad mis zapatos, y debajo de los oscuros porches de las tiendas del vidrio, o en cualquier plaza tranquila con sabor de amaranto, ardía, en el aire del verano, el sendero abierto por un violín estremecido. f.